7.28.2006

Ocio : Un dilema trascendente

Pertenezco a un grupo de personas que se formaron en tiempos en que el ocio era sinónimo de flojera, con excepción del que se vivía en las largas vacaciones de verano, considerado como una forma de reponer energías. “El ocio es el madre de todos los vicios” se decía entonces.

No sólo el trabajo y el estudio eran altamente valorados en otra época sino también una buena formación intelectual y artística. Sin mencionar el gran sentido del deber ser y el espíritu de servicio a la sociedad. Por otra parte, se aprendía a disfrutar de las cosas obtenidas o elaboradas con esfuerzo y producía satisfacción hacer un mueble u objeto de decoración, tejer un chaleco o pertenecer a un voluntariado de ayuda a los demás.

Las cosas han cambiado mucho desde entonces, para mejor o para peor. Lo politicamente correcto es incorrecto, como algunos afirman. Ahora se muestra lo que antes se ocultaba, se dicen garabatos hasta por televisión, se aplaude lo más burdo, mientras los pelambres y copucheos se llaman “temas de farándula” o “prensa del corazón”. Además, todo es llegar y llevar, desechable, light o instantáneo.

A los mayores a veces nos cuesta asimilar los grandes cambios del mundo y más aún estar seguros de que al permitirlos sin resistencia, no aumentamos el nivel de frustración de las generaciones de hijos y nietos que queremos tanto. A veces el sentido del deber social que nos enseñaron nuestros padres remueve nuestra conciencia y resulta muy difícil quedarse mirando cómo muchos de quienes amamos, en las nuevas generaciones, caminan sin protección al consumo de drogas, a la depresión o al estrés.

Para evitar las críticas y no parecer anticuada muchas veces la tercera edad se queda quieta haciendo tiempo para que concluya su vida: jugando bridge, viajando. A los sesenta, de un día para otro, se termina el trabajo y el futuro. No se encuentran caminos en un mercado que la excluye, en una sociedad donde hasta la actividad de tejer que ejercían antes las abuelas ha sido desplazada por el polar, en que la comida se compra hecha y la sabiduría que da la experiencia se mira en menos.
En esas circunstancias existen dos caminos: valorar el ocio y disfrutarlo quieto pensando que hasta los adornos y las plantas desempeñan una función, y que nada se puede hacer por mejorar este mundo, o resistirse a la idea y, sin por eso dejar de disfrutar de horas de descanso y entretención, crear actividades que permitan seguir aportando activamente a la sociedad, en la forma que a esta generación le enseñaron como deber sus padres. Es algo similar a la duda de ser o no ser de Hamlet. Y la respuesta la tiene cada uno.

7.25.2006

El mal menor

Estar en cama por un resfrío intenso y con el brazo enyesado es un mal muy menor en días de temporales o guerras. Y eso nos quita el derecho a queja que, en otro momento, podríamos ejercer.

Cada vez que uno se va a lamentar por su propia situación, recuerda las imágenes de las lluvias y el viento que arrastran viviendas o las cubren de agua. O de las bombas que estallan por todas partes. Entonces piensa cuán afortunado es al estar en una cama tibia, con el brazo inmovilizado por algunas semanas. Se dice: tendré tiempo para leer y escuchar música. Veré una buena película y me pondré al día, por teléfono, de lo que ocurre a mis amigos que hace tiempo no llamo.

Dar vuelta a positivo lo que nos sucede puede ser una buena forma de sobrevivir contenta los momentos en que ocurren esas pequeñas cosas que no podemos evitar, mientras en el mundo exterior suceden peores catástrofes.

Estar enfermo en cama, cuando los males son menores es hoy más fácil que antes. Gracias a la modernidad podemos encargar por teléfono las compras del supermercado o la comida que distribuyen a domicilio. La tecnología permite escribir en un computador portátil, sin moverse de la cama y conectarse a Internet en forma inalámbrica.Gracias a la antigüedad, algunos pueden, además, practicar lo aprendido en mecanografía y escribir con todos los dedos de la mano izquierda, cuando la derecha está inmovilizada.

Lo único que no se logra reemplazar con ninguna técnica ni tecnología es la presencia humana. Cuando estamos enfermos necesitamos más que nunca alguien que nos acompañe, converse o regalonee. Para eso es necesario esperar que los padres, la pareja, los hijos o los amigos lleguen de su trabajo.

Mientras eso sucede no queda más que dar vuelta la mente a positivo. Y para eso nada mejor que encender el televisor y ver las noticias. Lo que se observa allí es siempre tan trágico que permite pensar cuán afortunados somos, aunque estemos solos.

La vida y el mundial de fútbol

Las situaciones de presión que viven las personas son las que muestran su verdadera naturaleza. Sus buenas y malas reacciones dejan a la vista en plenitud su esencia, sus actitudes inconscientes y reflejan cómo se desempeñarán en los negocios, en el trabajo y en sus relaciones humanas, en general, en los momentos de crisis.

Estos días hemos podido apreciar a través de los medios de comunicación, las distintas actitudes de los jugadores del mundial de fútbol disputado en Alemania y conocer a fondo su verdadera personalidad. Junto con ello, observar los prototipos humanos y la forma en sus acciones son apreciadas por la sociedad.

En medio de la tensión de los partidos pudimos observar empujones y golpes malintencionados, cabezazos de rabia que merecieron tarjeta roja en la final y pese a todo, el premio recibido por esos personajes. Igualmente, vimos simulación de faltas que no eran más que golpes casuales con la clara intención de engañar al árbitro. Todo ello mirado por un público sin capacidad de asombro como algo natural de estas contiendas. También, en el lado positivo, se pudo apreciar a jugadores que tendieron la mano para levantar del suelo a un contendor, después de un choque no deseado. Y abrazos de ánimo y comprensión entre los arqueros de equipos contrarios que pronto definirían el partido atajando o no los penales. En general, se pudo observar muchas acciones de bien y de mal que delatan el espíritu propio del ser humano.

Al final se constató cómo los que quedaron en segundo lugar y que al comienzo del torneo posiblemente no pensaban llegar a la final, estaban muy amargados por no ser primeros. Igualmente, observamos la euforia de los vencedores que creyeron de inmediato ser los mejores aunque el triunfo final por penales fue casi fruto del azar.

Todo lo que los seres humanos somos, pudo apreciarse en un simple campeonato de fútbol, mirando en la pantalla del televisor.

7.06.2006

El problema es tener trabajo no jubilar

Aumentar la edad de jubilación de la mujer a los 65 años es uno de los temas que se debate hoy, no sólo por los canales regulares, sino también a través de los medios informativos. Sin embargo, la discusión debería centrarse en cómo obtener y asegurar trabajo a los mayores de sesenta años que deseen hacerlo, con alguna legislación que los favorezca, ya que a esa edad es muy difícil mantenerse activo, aunque se disponga de todas las capacidades y ganas de hacerlo, en un país en que se contrata sólo a los menores de 35.

En las últimas décadas en el país se estableció un sistema de jubilación con fondos individuales, sin aportes patronales ni ayuda solidaria, como antes. Así las personas están libradas a su suerte y obtienen al final de su vida una mensualidad, a veces muy escuálida, para sobrevivir inactivos. Simplemente, acumulan sus propios ahorros, que se descuentan de sus remuneraciones en los momentos en que cuenta con un trabajo estable y sus imposiciones voluntarias, si puede y desea tenerlas. No hay nada que sea dado por nadie.

A cierta edad pre-establecida, estos fondos se le comienzan a entregar en cuotas mensuales, calculando que duren lo más posible. Las AFP se benefician de lo que cobran por administración y comisiones. Y el Estado se defiende con esto, del pago de numerosas pensiones asistenciales para ayudar a las personas que no tuvieran los requisitos mínimos para jubilar.

Los que son ordenados y saben invertir su dinero, podrían hacer este proceso de ahorro individual en forma independiente. Sin embargo, esto no es más que una utopía, ya que no se puede generalizar un ahorro voluntario cuando existe un enorme grupo de personas a las que éste les parece imposible de hacer y otro, que está convencido que el cupo disponible en su tarjeta de crédito es parte de su presupuesto mensual y no una forma de endeudarse. Por eso, el ahorro previsional forzosamente tiene que ser obligatorio.

No hay duda alguna, y eso es lo que se dice, que si la persona se mantiene durante más años en el sistema y la AFP en que se encuentra maneja bien su dinero, podrá contar con un sueldo mensual mayor que si lo hace antes. Pero este aumento se produce solamente porque genera más recursos, al deducirse de su sueldo un porcentaje de lo que gana. Eso le conviene a la AFP que se beneficia de los intereses de las platas que mueve y al Estado que paga menos pensiones asistenciales. Pero al cotizante no le conviene, porque si tiene la suerte de estar trabajando a esa edad, puede ahorrar el dinero correspondiente a sus cotizaciones por cuenta propia y si, se queda sin trabajo entre los sesenta y los sesenta y cinco, no tendrá dinero ni jubilación con que mantenerse.

El verdadero problema para las personas es cómo seguir trabajando después de los sesenta, porque nadie los contrata aunque trabajen mejor que los más jóvenes y tomen decisiones más sabias. Existen muchos prejuicios de parte de los jóvenes que ocupan cargos altos y muchos que se aprovechan de cualquier oportunidad para echarlos y dar con eso “tiraje a la chimenea.

Lo importante, por lo tanto, si se quiere beneficiar a las mujeres o a los hombres, según sea el caso, no hay que aumentar la edad para jubilar, sino legislar en forma faborable para que la personas mayores de sesenta que lo deseen, tengan la posibilidad de seguir trabajando.

Concierto televisivo

Este último fin de semana tuve el privilegio de ver en la televisión por cable, un concierto de piano bastante peculiar. Comenzaba con la interpretación de una pieza clásica, a cuatro manos, en la que una mujer de edad mediana y un joven, que podría ser su hijo, coordinaban su melodía mirándose con afecto. Después se agregaban a ellos otros dos intérpretes, en un segundo piano, quienes alternaban trozos de la misma obra con la de la primera pareja. Más adelante, ocho pianistas con sus respectivos instrumentos movían simultáneamente sus dedos intercalándo sus ejecuciones sin una sola equivocación.

El entusiasmo que producía el concierto de piano tuvo su momento culminante cuando se agregó a este grupo de músicos otro, violines en mano, que en medio de la alegría general interpretaba el tradicional “Cumpleaños feliz”, en una versión de alto nivel , que normalmente no se logra en las celebraciones familiares. Todo ello para celebrar el aniversario de la institución a la cual pertenecían. Su entusiasmo contagiaba y era lo preciso para pasar un buen fin de semana.

La sincronía de los movimientos, la armonía del resultado de un esfuerzo colectivo de tantos buenos artistas, realizado en forma tan poco habitual, me hizo pensar con admiración cómo el ser humano puede lograr una sinfonía y producir la alegría de todos si tiene el propósito de sumar esfuerzos, en vez de luchar uno contra otro.

El programa terminó pronto y aparecieron las noticias. Todos los actores de ellas estaban en pugna. Las discusiones, peleas y crímenes asaltaron la tranquilidad de mi casa para destruir, en pocos minutos, el goce del espectáculo anterior.

¿Por qué debemos seguir confrontándonos eternamente, si tenemos la capacidad de coordinarnos con los demás para producir un resultado positivo?

Si empujáramos todos el mismo carro, hacia un fin más alto: el beneficio del país, de los más pobres, de los que sufren, de toda la comunidad no sólo viviríamos en un mundo más justo sino seríamos inmensamente felices y disfrutaríamos de la tranquilidad.

Si en vez de destruirse con el único fin de obtener el poder en cualquier tipo de actividad, produciendo el desprestigio de quienes hoy lo ejercen, empujáramos todos el carro hacia un mismo lado: el del bienestar de Chile, posiblemente tendríamos un concierto más armónico y estaríamos tan contentos como los intérpretes de esos trozos de música clásica que admiré en la televisión. Sería posible que cada año entonáramos un cumpleaños un poco más feliz para los millones de chilenos, diversos pero hermanos, que habitamos este largo territorio.

Bastaría con que nos miráramos con el mismo afecto con que lo hacían los pianistas de este hermoso concierto de televisión y siguiéramos el ritmo de una melodía sin rencores ni competencia.