4.29.2006

Redes de apoyo para críar los niños ¿son necesarias?

En un periódico de alta circulación, uno de los editorialistas y ex candidato a la Presidencia de la República, invita a discutir un tema interesante en relación con la iniciativa del Gobierno de crear redes de apoyo para que las familias que necesitan dejar a sus niños mientras trabajan. Al plantear el problema surgen en él varias dudas que merecen un análisis.

Bajo el título ¿Más Estado o más familia? dice entre otros: ¿No sería mucho mejor que el dinero que se usará para crear salas cunas, se destinara a subsidiar a las mamás que quieran cuidar a sus propios hijos? ¿O que las mamás elijan dejar sus niños con abuelas u otras instituciones privadas que reciban un subsidio estatal? ¿Dónde va a estar más resguardada la calidad de vida familiar, el cariño, el afecto y por consiguiente la formación de destrezas y su propia educación en la casa o en el jardín infantil? Y termina diciendo que entre el Estado y la familia el propone más familia.

Frente a estas dudas la primera reflexión, a mi juicio, debería ser: ¿ corresponde sólo a la madre quedarse en casa y cuidar a los hijos? ¿Qué pasa con la responsabilidad de los hombres en este tema? ¿Pueden simplemente lavarse las manos como Pilatos y eludirla? ¿Qué tienen que ver las abuelas en este cuento? Ellas ya criaron a sus hijos y entregaron una cuota enorme de energías y sacrificios ¿No merecen acaso un descanso o la posiblidad de realizarse, por fín, más allá de lo doméstico?

Estas preguntas que pocos se hacen, establecen una vital diferencia que pone a la mujer en condiciones muy desventajosas. La madre o la abuela deben, según muchos, permanecer al interior del hogar, haciendo una labor invisible, poco reconocida y sin remuneración, que las hace perpetuar su pobreza. En su casa es difícil que continúen su educación o practiquen su profesión u oficio, salvo raras excepciones. Además, sin ingresos propios, dependen absolutamente de sus parejas o de terceros y deben someterse a todo lo que éstos quieren, incluso a la violencia física.

Si el dinero que se destina a crear salas cunas se entrega a las madres tendrían que pagarles un sueldo similar al que ellas pueden ganar trabajando fuera del hogar. Así y todo ¿Cómo las ayudarían después de unos años a ubicarse en un trabajo de mercado ? ¿Cómo se mantendrían vigentes en su profesión u oficio, en una época en que los cambios son tan rápidos? ¿ Por qué no le piden a los hombres que dejen de trabajar fuera de casa y asuman en su integridad los quehaceres domésticos y el cuidado de sus hijos?

Las mujeres tienen a veces que aportar dinero al hogar y, además, cumplir muchos otros deberes. Su cansancio ¿es el mejor estado emocional para cuidar día y noche a los niños? ¿ No merecen acaso un rato de tregua que les permita recuperar sus energías? Cuando se trata de madres con muy poca educación
¿ pueden ellas estimular mejor el aprendizaje de los niños que las educadoras que estudiaron para eso?

Es fácil para un hombre hablar de los deberes femeninos dentro de la familia y de las ventajas que representa para los niños que la mujer se quede en casa. Más fácil aún es decirlo, cuando además de la esposa, tiene una nana y puede pagar los servicios de un buen jardín infantil si lo requiere. Así cualquiera habla de lo positivo que es tener una familia numerosa y de lo poco que debe intervenir el Estado en su cuidado. También, de lo ideal que es para los hijos que los cuide su madre mientras el padre desarrolla sus talentos trabajando en lo que le gusta, obtiene una remuneración por su esfuerzo lo que le confiere un enorme poder en casa y, si llega temprano al hogar, puede ver el fútbol o leer el diario, antes que las mujeres le sirvan la comida.

4.21.2006

El hombre ¿sólo amigo del perro?

Cada cierto tiempo aparecen en lo medios de comunicación noticias relacionadas con la defensa de los perros vagos y se difunden con profusión las marchas y protestas contra quienes toman medidas sanitarias para eliminar a estos animales. Surgen entonces declaraciones públicas sobre esta atrocidad que, a veces tiene fines sanitarios como, por ejemplo, evitar la propagación de la rabia a los humanos. El fin no justifica los medios, podríamos decir en este caso, especialmente si existen otras fórmulas como las sugeridas por algunos de los defensores de estos animales que los dejarían estériles pero vivos.

Resulta curiosa la reacción de la comunidad frente a estos temas. Nunca he visto o escuchado una conducta similar, con marchas de protesta y debate público, sobre la masiva matanza de gallinas, pollos y similares que, además, se exhiben en las vitrinas de los supermercados para que cualquiera pueda comprarlos y comerlos. También estos se publicitan asados, en colores tan tostados como si regresaran recién de la playa, para atraer con sus imágenes a los posibles consumidores.

A los mismos que defienden a los perros vagos no los he visto rechazar un buen asado dominguero o expresar lástima por esos pobres animales que matan en las corridas de toros de la televisión extranjera, a vista y placer de un numeroso público, que como en el Coliseo romano lo hacían con los cristianos, se reúnen ahora a deleitarse con la sangre y dolor de los toros.

La raza humana tiene reacciones curiosas y desiguales frente a los otros seres vivos. Existen cazadores y pescadores que hacen del matar un deporte y gozan cuando las aves que nos deleitan con sus cantos y vuelos caen abatidas, aunque sólo sea por el placer de haber apuntado con sus armas en el lugar acertado. También son muchos los industriales y comerciantes que viven de la matanza de vacunos, ovinos y bovinos que tienen el mismo derecho que los perros a su propia existencia. Y lo que es peor aún, se aprueban leyes que favorecen el aborto, que dicho en buen castellano es la muerte de los hijos humanos propiciada por los propios padres.

Resulta extraño entonces que cuando se trata de perros la gente se agrupe y los defienda públicamente ¿Será que el hombre es el mejor amigo del perro y no al revés, como siempre se dice?

El doble estándar ¿en retirada?

La discusión pública sobre la entrega de la píldora del día después a las personas de escasos recursos, muy poco tiene que ver ya con el tema del aborto. Si así fuera, se debería prohibir la venta en farmacias de este producto. Por eso, parece más bien un reflejo del doble estándar tan característico de los chilenos. Aquel en que se dice que las cosas se pueden hacer, siempre que nadie se entere, que no sea algo oficial.

El tema en debate me recuerda otra discusión, la de los años sesenta. Se cuestionaba entonces la píldora anticonceptiva que hoy una mayoría usa, sin que nadie hable de aquello ni tenga problemas de conciencia. Muchas católicas de entonces, sin embargo, pasaron años sin comulgar, porque en esos tiempos usarla, dentro o fuera del matrimonio, era pecado mortal. Curiosamente, sin mediar cambios oficiales de la postura eclesiástica, “ya no es tema”, como dicen los jóvenes.¿La evolución social supera las reglas o éstas no tenían un fundamento suficiente para ser defendidas?

Algo similar sucede con el divorcio. Mientras en nuestro país los que viven este drama y rehacen su vida no pueden comulgar, en países europeos como Alemania, por ejemplo, “ya no es tema” y la mayoría recibe el sacramento sin cuestionarse. Quizás porque, como una vez me comentó un sacerdote muy chileno:“Si las personas lo deciden a conciencia pueden comulgar pero con discreción, para que otros no se escandalicen. Yo no puedo autorizar oficialmente”.

Muchas cosas son así en Chile y no sólo en la iglesia católica, no se pueden autorizar oficialmente. Es un problema de la sociedad. Y antes era peor.

Antiguamente, los mismos que se horrorizan hoy del “libertinaje de los jóvenes”, eran iniciados por sus padres y practicaban, por años, el amor pagado. Despreciando, eso sí, a las prostitutas con que lo hacían. Y continuaban más tarde con relaciones paralelas a su matrimonio, lo que la sociedad no sólo no censuraba sino convertía en un prestigio masculino. Curiosamente, el mismo hecho, en una mujer, podía ser su peor estigma, porque ella debía ser virgen hasta casarse o pasaba al rango de “perdida”.

Esta desequilibrada realidad era aceptada socialmente, sin reparos, y los que cautelaban la moral pública “hacían la vista gorda”, tal vez superados por la realidad.

La sociedad chilena ha cambiado pero no siempre en forma positiva. No ha dejado de hacer nada de lo que antes hacía. La diferencia es que ahora ambos sexos lo hacen sin pago de por medio. Y si no lo cree, observe los avisos en diarios o infórmese del gran número de moteles y similares que funcionan“a tablero vuelto” en horarios de oficina.
La mujer se cansó de ser engañada y decidió entrar en el juego, haciendo una vida similar a la del hombre.

Pero no todo es negativo desde la mirada de la honestidad, aunque si de las consecuencias que produce. Existe otro grupo, que no engaña a su pareja y para evitarlo, se separa antes de iniciar otra relación y otros pocos que luchan por mantener la estabilidad matrimonial para ser realmente felices, sin trampas que dañen a nadie de la familia.

El doble estandar en Chile también se da en temas como la pedofilia. No importa tanto lo que sufren los niños- víctimas. Todo se concentra en proteger la imagen pública de los hechores, especialmente si se trata de figuras políticas o de relevancia moral.

En el caso de la píldora del día después, el doble estandar se da de una forma muy peculiar. Los que pueden comprarla y la adquieren, se horrorizan de que a otros, más pobres, se les entregue gratis. Y lo peor que encuentran es que esto se de a conocer oficialmente. La discusión ya no se centra en si realmente es una forma de aborto, al cuál personalmente me opongo. Lo que ahora se debate, en el fondo, es sí la píldora se puede regalar así, tan abiertamente, sin los tapujos e hipocresías a las que estamos acostumbrados.
Una realidad tan curiosa como las anteriores. Típica del doble estandar de los chilenos.