5.29.2006

El síndrome de las barreras

Una de las características de los chilenos es la de culpar a los demás de los problemas que se producen por no asumir las propias responsabilidades. Por eso, si hay basura en las calles, se culpa a la Municipalidad, y no a quienes la botan; si se existen perros vagos, nada tienen que ver los dueños de los animales que los abandonaron. Son las autoridades las que no se preocupan de recogerlos. Y si lo hacen, son éstas las malas porque los mantienen en jaulas y no le dan el cariño suficiente. Pocas veces se escucha hablar de la responsabilidad ciudadana. De aquella que cada uno tiene que asumir respecto a lo que ocurre en su entorno.

Poco sorprende entonces que la culpa de los accidentes carreteros no sea de los choferes que conducen en condiciones en que no debían hacerlo; ni de las empresas que, por ahorrarse unos pesos, hacen que estos cumplan jornadas más largas de las que resisten. No. La culpa es de las barreras de contención, que no son capaces de atajar los autos o buses que se están cayendo a un precipicio. Y desde luego, de quienes las construyeron. Aunque si se trata de particulares, la cosa cambia. Igual es el gobierno de turno el responsable. Porque debía haberse dado cuenta de la irresponsabilidad del privado.

El síndrome de las barreras se repite en todo orden de cosas. Por eso frente a cada noticia que escuchamos en los medios de comunicación deberíamos al menos tener la inquietud de preguntarnos: ¿sólo es responsable la autoridad?

En el caso de los robos, por ejemplo, llama la atención los montos de dinero y joyas que encuentran los ladrones dentro de cualquier casa de nivel acomodado. Sin quitarles a éstos su responsabilidad en los hechos, es posible preguntarse por qué el dinero se guarda en el hogar y no en los bancos. También sería bueno saber por qué existe la costumbre de abrir la puerta a cualquiera que responde: “Yo” a la pregunta “¿Quién es?” que se usa en los porteros automáticos. Sería conveniente alguna vez cuestionarse y pensar ¿cómo es posible que algunos acumulen joyas de millones de pesos para usar eventualmente, mientras otros, apenas tienen que comer? Pero quizás si esto se dice en voz alta, se culpe al gobierno de turno, porque ha dejado que esta sensibilidad, tan cristiana, a menudo olvidada, surja en mentalidades “extremistas”.

Si se observa con detención lo que sucede en el entorno y cada uno asume su responsabilidad, es posible terminar con muchísimos problemas. La acción ciudadana, que en países desarrollados surge como respuesta natural frente a diversos tipos de problemas, en Chile aún está en pañales. Y , por lo menos eso, no debía esperarse como una iniciativa de gobierno, ya que es una responsabilidad individual de las personas.

Las energías gastadas en culpar a las autoridades, cualquiera sean éstas, pueden canalizarse en contribuir en la solución de los problemas y dejar de lado esa cómoda actitud de crítica con la que se desanima a cualquiera que quiera luchar por un mundo mejor .

Por eso sería bueno dejar de lado el síndrome de las barreras de contención y cada uno prevenir los problemas, anticipándose a tomar las medidas que los eviten, en vez de esperar que las autoridades de cualquier tipo que sean, deban impedir con elementos especialmente diseñados, los errores que hasta los más críticos cometemos a diario.

5.24.2006

El placer de lo bello

Más allá del nivel cultural de las personas, que puede o no influir en la apreciación del arte, la sensibilidad natural permite el goce de lo bello aún sin educación previa. Pensaba en eso, esta semana, mientras veía un magnífico espectáculo artístico que el Ballet Nacional Chileno acaba de estrenar en el Teatro de la Universidad de Chile.

¿Por qué privar a las personas comunes de disfrutar esa belleza? Esa que va más allá de un cuerpo perfecto, que es lo único que se exhibe profusamente en los medios de comunicación.

Obras que mezclan el canto popular, el ballet moderno y la poesía, como es el caso de “Valparaíso vals”, transportan al público al ambiente de los locales del puerto, con sus cantos típicos, incorporando a la vez el ballet y la poesía, que deberían estar al alcance de todos. Su difusión masiva es un derecho de la gente y no sólo de una élite que, por su formación cultural, sabe que este placer existe y lo busca.

Son muchos los que están cansados de ver en televisión abierta y, a veces hasta en el teatro, sólo espectáculos burdos. Dentro de este público, hay personas descontentas por intuición, pese a que no saben a ciencia cierta cuánto es el goce de lo bello que se pierden.

Parece egoísta seguir para siempre alimentando de “comida chatarra” a un público que podría disfrutar de un menú más fino y conocer el placer que este puede darle. Y hablo en términos culinarios porque es tal vez lo único en que la televisión estimula el refinamiento, movido por el interés de vender ciertos productos.

¿Por qué no romper el círculo vicioso y entregar al que aún no se ha refinado, todo aquello con lo que logrará este objetivo? ¿ Por qué no intentar una experiencia como la del maestro de música de la película “Los Coristas”, que logra hasta el milagro de rehabilitar a los jóvenes más rebeldes por medio del arte?

El placer de lo bello es universal y debe masificarse. La televisión podría hacerlo, si quisiera.

Más integración y menos muñecas

La noticia aparecida en un medio de comunicación nacional sobre el cambio de grupo objetivo de algunos fabricantes de juguetes del mundo, mueve a reflexionar.
Como los niños, en ciertos países, están punto menos que en vías de extinción, por la reducción de las tasas de natalidad y los viejos son cada vez más, los industriales han decidido hacer juguetes para este último grupo etareo. Buscando qué podría servirles, inventaron una muñeca que los saluda, les dice que los quiere y les otorga compañía y un afecto casi virtual. Además, ésta pesa lo mismo que un recién nacido, para hacer más real el hecho.

Al leer esta información, no puedo menos que pensar la forma fría y metalizada de solucionar la entrega de un afecto que los adultos mayores requieren y merecen de sobra. De paso, todo se enfoca como un negocio, lejos de cualquier sentimiento que mueva a tomar acciones de acercamiento y de integración familiar.

En algunos países “ más desarrollados” existen hogares y asistencia a los grupos mayores, pero también casos en que estos son dejados por sus parientes en la berma de una carretera, para que las instituciones sociales se hagan cargo del “bulto”.

La política cada vez más frecuente de funcionar en familias estratificadas, en las cuales los abuelos no participan de las fiestas de los niños, ni menos de la de sus hijos, nos hace entender cómo, poco a poco, éstos van quedando aíslados, especialmente cuando sus pares empiezan a morir o se invalidan y se les hace más difícil trasladarse a otras casas.

Recuerdo con nostalgia los tiempos de mi niñez, en que los abuelos no se perdían una celebración de cumpleaños o aniversarios de familia y participaban activamente, como cabeza de cualquier reunión de los otros grupos etáreos de la familia.

¿Iremos a llegar al momento en que los adultos mayores chilenos tengan que comprar aquellos juguetes para contrarrestar su soledad? ¿ O somos capaces de parar ahora con la exclusión y volver a la familia integrada que hasta hace poco funcionaba en pleno en nuestro país?

5.07.2006

Actuar sin conciencia ¿es hombría?

Con frecuencia vemos en diarios y televisión, los accidentes producidos por el consumo excesivo de alcohol. Todos comentan y se admiran de lo que sucede. Pero pocos hacen algo concreto para evitarlo. Se espera hasta que ocurra el próximo episodio trágico,para repetir las mismas observaciones.

El gran aumento de publicidad que incentiva el consumo de vino y también licores más fuertes, no hace más que contribuir al ya tradicional vicio. En una cultura que asocia el alcohol con la hombría, no falta el muchacho que cree que si no se emborracha es “para el otro lado”. De esta forma, se siente en la obligación moral de demostrar lo contrario, como si fuera un atributo positivo convertirse en un bulto y perder la voluntad hasta exponerse a que otros hagan con él lo que deseen. O que él haga con los demás lo que no desea.

Como hoy está de moda todo lo relacionado con el vino, como fruto de fuertes campañas de consumo iniciadas por los industriales del ramo, me contaba una amiga que hacía clases en una Universidad, que se habían ofrecido muchos cursos para los jóvenes. El que marcó todos los record de asistencia fue el de cata de vinos.

Indudablemente hay que distinguir entre aprender a apreciar un buen producto y emborracharse, pero lamentablemente,no todos son capaces de hacerlo. Incentivar el consumo de alcohol para vender más, lleva a los excesos que todos conocemos y que nada tienen que ver, que yo sepa, con la hombría. Más bien es al revés, ya que como se sabe, el alcoholismo hace declinar hasta la potencia sexual.

Si bien tradicionalmente son los hombres quienes más han bebido estos productos, fruto de la cultura machista que los impulsa a ello, hoy la mujer también ha ingresado a este mundo, con un afán de igualdad. Ya no es vergonzoso para ellas excederse. Y lamentablemente, en vez de que los hombres dejen estos malos hábitos, ellas los han adquirido. Como consecuencia, se viven muchos dramas familiares en todos los estratos sociales,incluyendo accidentes por exceso ocasional en el consumo o por alcoholismo.

Sería conveniente que tal como se adoptan iniciativas para frenar el hábito de fumar, se hagan campañas masivas de educación sobre el tema o se inicie cualquier otra acción para enseñar que el alcohol requiere de un consumo prudente. Pasar el límite de lo conveniente y habituarse a un consumo excesivo es mucho más fácil de lo que todos se imaginan.

Conversar el tema públicamente, tomar iniciativas para desincentivar este hábito,es indispensable. Al menos debería terminarse esta campaña contínua a través de los medios masivos de comunicación, para estimular el consumo de alcohol que cada semana deja muertos y otras víctimas al interior de los hogares chilenos.