Concierto televisivo
Este último fin de semana tuve el privilegio de ver en la televisión por cable, un concierto de piano bastante peculiar. Comenzaba con la interpretación de una pieza clásica, a cuatro manos, en la que una mujer de edad mediana y un joven, que podría ser su hijo, coordinaban su melodía mirándose con afecto. Después se agregaban a ellos otros dos intérpretes, en un segundo piano, quienes alternaban trozos de la misma obra con la de la primera pareja. Más adelante, ocho pianistas con sus respectivos instrumentos movían simultáneamente sus dedos intercalándo sus ejecuciones sin una sola equivocación.
El entusiasmo que producía el concierto de piano tuvo su momento culminante cuando se agregó a este grupo de músicos otro, violines en mano, que en medio de la alegría general interpretaba el tradicional “Cumpleaños feliz”, en una versión de alto nivel , que normalmente no se logra en las celebraciones familiares. Todo ello para celebrar el aniversario de la institución a la cual pertenecían. Su entusiasmo contagiaba y era lo preciso para pasar un buen fin de semana.
La sincronía de los movimientos, la armonía del resultado de un esfuerzo colectivo de tantos buenos artistas, realizado en forma tan poco habitual, me hizo pensar con admiración cómo el ser humano puede lograr una sinfonía y producir la alegría de todos si tiene el propósito de sumar esfuerzos, en vez de luchar uno contra otro.
El programa terminó pronto y aparecieron las noticias. Todos los actores de ellas estaban en pugna. Las discusiones, peleas y crímenes asaltaron la tranquilidad de mi casa para destruir, en pocos minutos, el goce del espectáculo anterior.
¿Por qué debemos seguir confrontándonos eternamente, si tenemos la capacidad de coordinarnos con los demás para producir un resultado positivo?
Si empujáramos todos el mismo carro, hacia un fin más alto: el beneficio del país, de los más pobres, de los que sufren, de toda la comunidad no sólo viviríamos en un mundo más justo sino seríamos inmensamente felices y disfrutaríamos de la tranquilidad.
Si en vez de destruirse con el único fin de obtener el poder en cualquier tipo de actividad, produciendo el desprestigio de quienes hoy lo ejercen, empujáramos todos el carro hacia un mismo lado: el del bienestar de Chile, posiblemente tendríamos un concierto más armónico y estaríamos tan contentos como los intérpretes de esos trozos de música clásica que admiré en la televisión. Sería posible que cada año entonáramos un cumpleaños un poco más feliz para los millones de chilenos, diversos pero hermanos, que habitamos este largo territorio.
Bastaría con que nos miráramos con el mismo afecto con que lo hacían los pianistas de este hermoso concierto de televisión y siguiéramos el ritmo de una melodía sin rencores ni competencia.
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