Ocio : Un dilema trascendente
Pertenezco a un grupo de personas que se formaron en tiempos en que el ocio era sinónimo de flojera, con excepción del que se vivía en las largas vacaciones de verano, considerado como una forma de reponer energías. “El ocio es el madre de todos los vicios” se decía entonces.
No sólo el trabajo y el estudio eran altamente valorados en otra época sino también una buena formación intelectual y artística. Sin mencionar el gran sentido del deber ser y el espíritu de servicio a la sociedad. Por otra parte, se aprendía a disfrutar de las cosas obtenidas o elaboradas con esfuerzo y producía satisfacción hacer un mueble u objeto de decoración, tejer un chaleco o pertenecer a un voluntariado de ayuda a los demás.
Las cosas han cambiado mucho desde entonces, para mejor o para peor. Lo politicamente correcto es incorrecto, como algunos afirman. Ahora se muestra lo que antes se ocultaba, se dicen garabatos hasta por televisión, se aplaude lo más burdo, mientras los pelambres y copucheos se llaman “temas de farándula” o “prensa del corazón”. Además, todo es llegar y llevar, desechable, light o instantáneo.
A los mayores a veces nos cuesta asimilar los grandes cambios del mundo y más aún estar seguros de que al permitirlos sin resistencia, no aumentamos el nivel de frustración de las generaciones de hijos y nietos que queremos tanto. A veces el sentido del deber social que nos enseñaron nuestros padres remueve nuestra conciencia y resulta muy difícil quedarse mirando cómo muchos de quienes amamos, en las nuevas generaciones, caminan sin protección al consumo de drogas, a la depresión o al estrés.
Para evitar las críticas y no parecer anticuada muchas veces la tercera edad se queda quieta haciendo tiempo para que concluya su vida: jugando bridge, viajando. A los sesenta, de un día para otro, se termina el trabajo y el futuro. No se encuentran caminos en un mercado que la excluye, en una sociedad donde hasta la actividad de tejer que ejercían antes las abuelas ha sido desplazada por el polar, en que la comida se compra hecha y la sabiduría que da la experiencia se mira en menos.
En esas circunstancias existen dos caminos: valorar el ocio y disfrutarlo quieto pensando que hasta los adornos y las plantas desempeñan una función, y que nada se puede hacer por mejorar este mundo, o resistirse a la idea y, sin por eso dejar de disfrutar de horas de descanso y entretención, crear actividades que permitan seguir aportando activamente a la sociedad, en la forma que a esta generación le enseñaron como deber sus padres. Es algo similar a la duda de ser o no ser de Hamlet. Y la respuesta la tiene cada uno.