1.26.2006

La triste experiencia de la Torre de Babel

En estos días han aparecido en los medios de comunicación muchas interpretaciones, algunas bastante extremas, sobre las palabras que el Cardenal Francisco Javier Errázuriz, emitió seguramente con un ánimo conciliador, en el momento que se conoció la designación de la nueva Presidente de la República.

La forma en que ha desvirtuado la esencia de lo expresado por este representante de la Iglesia, hace pensar en las dificultades de la comunicación humana. Surgen las lenguas diversas que, como en la Torre de Babel, impiden avanzar hacia un fin que vaya en beneficio de la mayoría.

Dar vuelta las frases o alejarlas de sus contextos originales constituye una mala práctica, un arte siniestro que proviene de las obsesiones individuales e impide lograr puntos de encuentro.

Resulta dramático constatar como el fundamentalismo, de cualquier color que sea, tiende a deformar la realidad, con la íntima convicción de que está difundiendo lo cierto o el mañoso deseo de que otros crean que la propia verdad es la única existente y, por lo tanto, debe imponerse a cualquier costo.

Algo similar, aunque en forma menos intencionada, sucede a veces en los diálogos entre padres e hijos, compañeros de trabajo y hasta en las parejas e impide lograr la sintonía. Me viene a la memoria el libro “Los hombres son de Marte y las mujeres son de Venus” y sus ejemplos. En éstos se muestra cómo los representantes del sexo masculino y femenino emiten mensajes con buenas intenciones que son interpretados en forma errónea por el sexo opuesto por creencias diferente sobre la vida. Me hace evocar también, el pasaje bíblico de la Torre de Babel, en que la diversificación de lenguas hizo la convivencia imposible y quitó el poder de unión que permitía el progreso de un pueblo.

Los desencuentros a menudo comienzan con la interpretación de lo que otro dice, obedeciendo creencias e intereses. Se inician así luchas desgastadoras en que impera la falta de respeto, reflejada en la necesidad de hacer primar el propio punto de vista, como si fuera el único.

Esto explica situaciones lamentables en la comunicación: uno dice algo con intención de paz y otro, cuya mente le impide estos gestos, interpreta lo dicho con ánimo guerrero.

Lamentablemente, los fundamentalismos cunden en el mundo y sus representantes tienen tribunas mucho más visibles que las de los mensajeros de paz.