Paridad y factor humano
Mucho se discute en los medios de comunicación sobre la conveniencia de impulsar la paridad de acceso al trabajo y a los cargos de mayor responsabilidad. Opiniones hay para todo. Hasta existen mujeres que se oponen a la discriminación positiva, lo que recuerda a aquellos pobladores de extrema pobreza que votan por partidos de élite.
Más allá de cualquier teoría al respecto, es conveniente detenerse a pensar cómo actuamos en la realidad social de Chile. Sólo de esta forma se puede comprender la verdadera naturaleza del problema.
Durante años, por ejemplo, en las empresas públicas y privadas del país, han funcionado los clubes de Tobi. Esos que, con cualquier pretexto, se reúnen de noche en restaurantes u otros locales para tratar problemas de trabajo que podrían solucionar, con mayor concentración y claridad mental, en su oficina a primera hora de la mañana. ¿Para qué lo hacen de esta forma? Tal vez porque sienten la necesidad de mantener espacios exclusivos que reemplacen aquellos que en épocas primitivas tenían en sus funciones de caza.
Si hay mujeres en altos cargos, a las que deban citar a estas reuniones, que a veces derivan en celebraciones más privadas, el programa de trabajo nocturno terminaría para siempre y con ello muchas oportunidades de echar más de una canita al aire, placer al que les cuesta renunciar, después de vivir por años en una cultura que no sólo se los permitía sino también se los fomentaba.
Por otra parte, las complicidades entre personas de un mismo sexo, que se entienden a veces hasta sin palabras, existen desde siempre. Las mujeres si son jefes, muchas veces prefieren formar equipo con sus pares y lo mismo sucede con los hombres. Es muy posible por lo tanto que si el jefe es un hombre, como hoy sucede en la mayoría de los casos, nunca contrate como su brazo derecho a personas del sexo contrario. Además, en la cultura machista que prevalece hasta hoy, ellos creen que sus pares pueden hacerlo mejor que las mujeres y algunos hablan en forma peyorativa de que los planes de trabajo femeninos son como “listas de compras”.
Si eligen mujeres, generalmente para trabajos de menor rango, las prefieren jóvenes y bonitas. Junto a un antiguo jefe de una revista, viví la experiencia de seleccionar una periodista. Tuve que discutir bastante para que se fijara más en la calidad de su trabajo que en las condiciones físicas. A él le interesaba principalmente que sus medidas se aproximaran al anhelado 90-60-90, para “ mejorar el paisaje”, sin importar mucho cuán bien escribía.
Si añadimos a situaciones como la anterior que para elegir a alguien para un cargo se prefiere al conocido, al de la misma edad y sexo no es raro que se perpetúe la realidad actual.
También resulta difícil imaginar que un hombre prefiera contratar a una mujer para un cargo de igual rango que el suyo, por la ancestral costumbre machista de que es él quien manda. Y como, actualmente, la mayoría de los jefes pertenecen al género masculino, las posibilidades de que una mujer llegue a un puesto alto en una organización es tan fácil como la que tiene de alcanzar la luna.
Por éstas y muchas otras razones culturales largas de enumerar, si no se produce una discriminación positiva, pasarán muchos años antes que las mujeres logremos tener las mismas oportunidades que los hombres. El proceso en forma natural es muy lento, según se ha podido comprobar en estudios sobre el tema.
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