6.01.2006

Apagar el televisor ¿la única solución?

El barómetro de calidad de los noticieros centrales de la televisión chilena entregó los resultados de una medición de diez emisiones de cada informativo central de los canales abiertos, en un período de 10 semanas. Los resultados muestran que estos dedican prioritariamente su espacio a deportes (27,1%); policía (12%) y política (11,8%).

Lo que no se mide, o al menos no se difunde, es la forma en que se enfocan estos temas que, en vez de entregar informaciones globales de lo que ocurre en cada área, incluyen los últimos chismes de las estrellas del deporte, la política y lo más escabroso de los casos policiales. Tampoco se dice por qué temas tan importantes como salud, economía o consumo, entre otros, quedan fuera o poco representados en la pauta.

Una de las funciones de los medios de comunicación es encender conversaciones. Tal vez por eso, en los últimos años, el país se ha centrado en hablar los temas propios de un pueblo chico abandonando un enfoque de más alto nivel para los problemas. Posiblemente por eso hoy se comentan, durante horas, las rencillas entre los entrenadores de un equipo de fútbol, en vez de ocupar ese tiempo en fomentar o practicar deportes. También se disfruta criticando, desde el tibio living de la casa, lo que otros hacen para solucionar, en terreno, los problemas de la comunidad.

Los noticieros centrales figuran entre los espacios de mayor audiencia de la televisión. Por esta razón, son los preferidos de las empresas de publicidad para difundir los avisos de sus clientes.

Si estos subieran el nivel de lo que tratan, profundizando los grandes temas, e incluyeran otros aspectos, tanto o más relevantes que los que privilegian hoy, tal vez sería posible mejorar las decadentes conversaciones que se escuchan a diario y, como consecuencia, incorporar a los chilenos a acciones positivas para solucionar sus problemas.

Algo similar ocurre con el lenguaje que se usa hoy en pantalla, en el que abundan los localismos, las frases hechas y las sobrantes. Por un efecto de imitación, esta forma de hablar nivela hacia abajo a la sociedad entera. Los objetivos de la televisión, según la primera ley de 1970, eran afirmar los valores nacionales y la dignidad de la familia; fomentar el desarrollo de la educación y la cultura e informar objetivamente sobre el acontecer nacional e internacional.


¿En qué lugar del camino se diluyeron estos buenos propósitos y se transformó este medio en una forma más de comercio?


Un poco de historia

La televisión chilena se inició a fines de la década del cincuenta. Un público aún asombrado pudo seguir, poco más tarde, el Campeonato Mundial de Fútbol de 1962, en una pantalla en blanco y negro, con imágenes en movimiento. Antes de que ésta existiera se informaba y entretenía, principalmente, leyendo diarios o escuchando radios, por lo que la llegada de este nuevo medio fue todo un acontecimiento.

La televisión comenzó a funcionar en manos de las universidades y del Estado, a quienes se confió la misión de mantener los principios que la orientaban. Los privados no tuvieron acceso a la propiedad de los canales hasta 1990. Sin embargo, ellos financiaban los programas a través de la publicidad, porque no prosperó un aporte económico universitario.

En 1970, se dictó la Ley General que reguló su funcionamiento y cuyos objetivos principales eran los ya señalados. Ésta permitía la exhibición de publicidad pero con ciertos límites, que desaparecieron en 1977. Durante el periodo de auge económico, en 1980, los canales atrajeron más avisos, por lo tanto, más ingresos, aumentando la influencia de los privados en este medio. Algunos dicen que eran canales universitarios financiados por particulares.

La ley de televisión de 1989 les permitió, finalmente, acceder a la propiedad de los canales de televisión a las personas jurídicas de derecho público o privado constituidas en Chile y con domicilio en el país. Desde entonces, los capitales extranjeros también pueden participar, pero sólo como parte de su propiedad.

A partir de los ’80, la TV cambió la distribución de la inversión publicitaria que la década anterior encabezaba la prensa escrita. Según cifras del 2004 proporcionadas por la Asociación Chilena de Agencias de Publicidad (ACHAP), este medio concentraba el 49.1% de las inversiones publicitarias, seguida por los diarios con 29,4%, radios con 8.2%, vía pública 6.7%, revistas 3,5%, TV cable 1,7% y on line con 1,0 %.


El rating

Medir el éxito o el fracaso económico es propio de un negocio y, desde que la televisión pasó a serlo, perdió de vista su misión social, en la cual se le asignaba un rol en pro de la familia, la cultura y similares. El centro de la mirada pasó a estar, desde ese momento, en la producción de dinero por sobre cualquier otro objetivo.


Atraer a los avisadores depende directamente de la sintonía. Por los espacios más solicitados se cobran mayores precios y, por lo tanto, estos constituyen una buena posibilidad de obtener recursos económicos. Pero ¿cómo comprobar qué espacio es mejor para avisar o qué tipo de noticias vende más? Ante esta interrogante se hace indispensable contar con un instrumento que proporcione cifras concretas de teleaudiencia.

Las agencias de publicidad requieren tener información con qué hacer sus estrategias de medios. Sólo así pueden construir argumentos de venta para sus clientes ¿Dónde avisamos? ¿Qué programa preferimos? son algunas preguntas que requieren respuesta. Y se necesitan antecedentes sólidos para responder a los clientes y orientar su inversión. El rating surge como una solución a este problema, aunque algunos piensan que no es representativo de la realidad. Esta medición se obtiene con el People Meter, un aparato que contiene una pequeño receptor digital computarizado que se conecta a poco más de trescientos hogares elegidos (algunas familias por cada grupo socioeconómico).

En cada hogar escogido existe un "aparato principal" y varios "esclavos", que reciben la información y la envían a éste que, a su vez, la deriva a la central de información. Desde ahí llegan los datos procesados a cada canal de TV suscrito, en aproximadamente un minuto. Este sistema reemplazó al cuadernillo que debían llenar las familias seleccionadas y tiene la capacidad de medir, on line, la cantidad de personas que ve el programa en un determinado momento.

Una vez que se han recabado los resultados, se obtiene un promedio que da el rating. Para que un programa tenga éxito, debe tener un puntaje promedio con que se aseguran los patrocinadores.

Los canales de TV necesitan autofinanciarse. Dependen, por lo tanto, de la publicidad y los auspicios. Como consecuencia, la programación está determinada por el juicio de quienes la diseñan, a partir del rating posible del programa, y por los avisadores, que definen su inversión según éste. Por eso, los canales otorgan tal importancia a obtener uno alto y, en ocasiones, descuidan el contenido de sus programas ya que la mayor sintonía no siempre es signo de buena calidad.

El sistema sería más justo si todos tuviéramos un people meter en nuestro televisor, pero eso no es más que una utopía. Dependemos, por lo tanto, de lo que ven unas pocas familias que, según algunos sociólogos, no son representativas del total de la audiencia. Tal vez por eso existe un debate permanente sobre los contenidos de la televisión y el descontento va creciendo como una bola de nieve.

“El sistema ‘people meter on line’ sólo existe en Chile y, recientemente, también en Brasil. Las legislaciones de Estados Unidos y Europa no permiten mediciones en directo de lo que se está observando en televisión, puesto que esto traería consigo una perversión del mensaje que se desea transmitir.

En estos países, la evaluación que hace la población de las ofertas televisivas es conocida a posteriori, ya que así se evita que el mensaje que desea ser transmitido se vea modificado en función de los intereses instantáneos de la audiencia. Se parte entonces del supuesto que existen líneas editoriales que interesan ser difundidas a la población, de modo que los canales de televisión entregan diversas propuestas de sentido frente a los fenómenos de la realidad social.

Es así como se busca compatibilizar, por un lado, los intereses de la población general, y por otro, los mensajes que son considerados como pertinentes y válidos por aquellos sujetos que se encargan de hacer televisión”.[1]


Críticas frecuentes

Las críticas que escuchamos más a menudo sobre los contenidos de los noticieros, por ejemplo, no sólo tienen que ver con la cantidad (12%) de informaciones policiales, reflejadas en el estudio realizado por el barómetro de calidad de los noticieros centrales de la televisión chilena, sino también por la forma en que éstas se dan.

La televisión actual destaca una parte de la realidad formada sólo por los principales accidentes, robos y asaltos del día. Cuando les faltan crímenes en Chile, acuden a los peores dramas que ocurren en el extranjero, pero no para informar en forma general sobre estos, sino para desatar las emociones del público receptor. Esto produce, a la larga, una reacción de rechazo y saturación. Los televidentes se aburren de escuchar sollozos con micrófono abierto. De ver miseria y dolor. Poco a poco, esto los aleja de la televisión hacia otras maneras de informarse.

Como si esto fuera poco, las noticias de este tipo se repiten varias veces al día y se detalla hasta el cansancio un mismo hecho policial puntual, a veces poco relevante o que siempre ha sucedido. La cantidad de espacio televisivo dedicado al sector policial aumenta su importancia, desvirtúa la realidad y mantiene a la sociedad en un estado de alerta permanente, que la lleva a un grado innecesario de estrés.

Las personas mayores, que están mucho tiempo en casa escuchando las noticias que dan los medios de comunicación, ya no se atreven a salir. Según lo que allí perciben, hacerlo constituye un riesgo tremendo y prefieren mantenerse protegidas en su hogar, aunque ni eso les produce ahora la misma sensación de seguridad de antes, porque también han visto los detalles de las noticias de asaltos a las casas.

Sin duda, la televisión “amarillista” no contribuye a la calidad de vida ni a la salud mental de los chilenos. Especialmente de aquellos que, por distintas razones, deben permanecer mucho tiempo al interior de sus casas, sin un contacto directo con la realidad, que es bastante menos aterradora.

Según las cifras que reflejan los estudios sobre el tema, la delincuencia no ha aumentado en la forma que se percibe ¿quiénes, además de los psicólogos y psiquiatras, se benefician con esta sensación de inseguridad que transmiten los noticieros de televisión? Sin duda, entre otros, los mismos medios que piensan que así aumentan su público.


La farándula

Hace poco un importante diario de la capital señalaba un ranking de portadas de diarios y revistas de circulación nacional, entre el 10 y 16 de septiembre. El primer lugar, con ocho apariciones lo tenía Quenita Larraín. El segundo, con siete apariciones, Marcelo Ríos. El tercero, con cinco apariciones, Giuliana Sotela. Todos destacaban por un solo caso de su vida privada que se había hecho público. En televisión sucedió esa semana algo similar ¿No interesa nada más a los chilenos?

Los espacios dedicados a deporte en los noticieros(27%) muchas veces están lejos de informar sobre lo que sucede en esa área y sólo ventilan conflictos privados de sus personajes. Igual cosa sucede con los de política. Porque cuando en los noticieros de televisión se habla de esto, no se informa de lo que se realiza en este campo sino de la última pelea entre los parlamentarios o los candidatos presidenciales.

Sin duda, la prominencia (personajes destacados), el conflicto y el sexo (romance), son elementos que hacen noticia. Pero no son los únicos ni los más importantes. Hay muchos otros que podrían hacer una crónica televisiva o escrita, interesante de ver: proximidad, consecuencia, rareza, conflicto, actualidad, emoción, progreso, suspenso y tragedia,
repetiría un estudiante de periodismo.

Por esta razón, parece increíble que los medios informativos de Chile, en una misma semana, concentren su atención sólo en la vida de una pareja prominente. Es un problema privado de personajes públicos que deben solucionar ellos. Puede ser portada de algunos medios faranduleros, pero ¿de la mayoría? ¿en una sola semana?

En la misma semana en que se firmó la nueva Constitución del país, sólo hablamos del Chino y Quenita. En un momento en que la brecha entre la pobreza y la riqueza en Chile es enorme, hablamos del Chino y Quenita. Cuando se requiere encontrar caminos de reconciliación, hablamos del Chino y Quenita. Mientras todo se transforma en comercio y los valores que nos pueden hacer felices quedan en el olvido, hablamos del Chino y Quenita. Ellos solucionaron ya su problema y los opinólogos se quedaron sin éste tema.

Eso es lo que pasa en el mundo chileno de las noticias, tanto en televisión como, a veces, en la prensa escrita. El foco de lo que sucede no son los problemas más importantes para el país o la sociedad, sino su aspecto farandulero que distrae la atención hacia hechos que no aportan a la solución de sus problemas.

Con esta manera de informar sólo se ahondan las diferencias entre las personas y se adormece a quienes deben hacer algo por terminar con estos: la comunidad y sus dirigentes.


El lenguaje

Los “garabatos” o groserías eran, hasta hace poco tiempo en Chile, palabras que no se decían en público, especialmente en los estratos medios y altos. A las mujeres se les enseñaba a excluirlas de su vocabulario y a los hombres, a evitarlas delante de ellas y de los mayores: “por respeto”. La televisión usaba unos “bip-bip” para reemplazarlos, la radio se los saltaba al editar sus grabaciones y la prensa escrita, salvo los periódicos muy transgresores, los excluían de sus páginas.

En no más de cinco años, el panorama cambió radicalmente y la moda impuesta o reflejada por los medios de comunicación no sólo dejó a la vista todo lo que antes se ocultaba, sino comenzó a destacar aquello con especial regocijo ¡Y pobre del que se oponga! A ese se le tilda con apodos burlescos que aluden a su incapacidad de evolucionar con la rapidez que requiere el mundo actual. Una evolución “a la chilena” que no se sabe de dónde viene, ni a dónde va y determina, usando un poder fáctico, que todo lo que antes se consideraba políticamente correcto en la actualidad es incorrecto.

La realidad giró en 180 grados y, ahora, todos hablan en privado sobre el desagrado que les produce este mundo burdo pero pocos se atreven a hacerlo en público, para no parecer pacatos.

Más allá de las peculiaridades de nuestra sociedad, el fenómeno que algunos consideran como un “destape” trae como consecuencia un problema evidente de comunicación, herramienta vital en un mundo globalizado. Esto hace que algunos extranjeros crean, como le sucedió a un amigo de Guatemala, que los chilenos no hablan español, sino una jerga difícil de entender. En ésta se reemplazan casi todos los sustantivos y verbos por “la palabreja aquella”, como denomina al más socorrido de los términos de nuestro limitado vocabulario un distinguido académico. Se animalizan las cosas, como grafica magistralmente Lukas en su libro “El bestiario del Reino de Chile” y, como si fuera poco, ahora se usan hasta en los medios de comunicación masiva, términos nacionales que la sociedad considera burdos y procaces.

El lenguaje verbal en nuestro país es cada vez más pobre y local, alejándose así de la relativa universalidad del idioma español. Contrasta en forma evidente con el hablar fluido y correcto de las “nanas peruanas” que desempeñan trabajos domésticos para patrones cada vez menos letrados y con el alto nivel de las expresiones culturales del teatro y otros espectáculos que vienen del otro lado de la cordillera.

A medida que Chile avanza económicamente, en vez de subir de nivel cultural, decae.

El lenguaje empobrecido se hace poco entendible para quienes hablan el español en otros países o lo aprendieron para hacer negocios y visitar estas tierras, lo que no favorece a nadie.

Más allá del desagrado que pueda producir a gran parte de los chilenos, esta especie de dialecto constituye una pérdida importante de vocabulario y una barrera evidente para el entendimiento con los extranjeros, indispensable en un mundo global. Igualmente, usando una expresión de moda, es “un asesinato de imagen” para Chile, considerado antiguamente como uno de los países más cultos de Latinoamérica.


Caminos de solución

Por mientras los ejecutivos de televisión encuentran caminos para autofinanciarse y, a la vez, subir el nivel de la actual programación, los televidentes tienen varios caminos. Uno de ellos es aguardar con paciencia que quienes determinan los programas televisivos se den cuenta que el amarillismo no sólo degrada sino, también, aburre. Otra posibilidad es esperar a que se percaten que el público de alto nivel económico, el que más compra, no es el mismo que prefiere los programas que marcan ese alto rating por el cual ellos se guían.

Si no se está dispuesto a esperar más y se desea un cambio a corto plazo, basta unirse al grupo de los descontentos, comunicarse a través de los blogs y apagar durante algunos días el televisor. Especialmente, efectivo sería que optaran por este camino los pocos que tienen en su casa el people meter. Existen en este momento muchas maneras de informarse y también de entretenerse ¿para qué hacerlo con la televisión si insiste en una programación de mala calidad?






[1] Columna de.... Crsitóbal Rovira K. www.elmostrador.cl (11 VI 2004).