9.21.2006

El doble estándar de la píldora

Como en muchos otros temas, el doble estandar chileno surge en la polémica por el uso de la píldora del día después: no se trata el problema de fondo sino se discute lo secundario y se lleva a través de la generalización y cierto tremendismo, a la destrucción de la familia y otras expresiones similares que agrandan las cosas sin solucionarlas.

El enfoque es curioso. Especialmente si se considera que la píldora está hace algún tiempo a la venta en farmacias y puede comprarla cualquier persona que tenga el dinero y se consiga una receta médica, si es que realmente se la piden, ya que se ha visto en reportajes de televisión cómo hasta los productos más peligrosos se comercializan a cualquiera sin mayores problemas. Entonces ¿cuál es la razón para poner el tema en la discusión pública como si en éste se fuera la vida de los jóvenes y de la familia chilena? ¿Por qué no dedicar esta misma energía y espacio en los periódicos para educar sanamente sobre sexualidad y en las relaciones padre e hijo con lo que se evitaría que los padres no ignoren lo que hacen sus hijos? ¿Para qué hacer toda esta discusión teórica de algo que ya está superado por una realidad en la que hay adolescentes entrevistadas por los canales de televisión que usan la t de cobre, que sí es abortiva?¿Intereses políticos? ¿Aparentar que tenemos una sociedad perfecta?

Con frecuencia en nuestro país se dan estos debates que se muestran como valóricos y poco tienen que ver realmente con ese tema. Si se propone educación sexual, surgen muchos diciendo que esta materia es sólo responsabilidad de la familia y no de los colegios. Basta recordar la discusión en torno a las Jocas que se produjo hace algunos años. Entonces, se retira de la educación formal el tema, aunque se sabe que los padres no siempre se atreven o están preparados para conversar con sus hijos estos temas. Y volvemos a punto cero. Y vienen las consecuencias, los embarazos no deseados, las relaciones sexuales prematuras y todo el problema que hoy tenemos al respecto. Entonces los mismos que se opusieron a la educación reclaman otra vez.

Sería ideal que la educación en sexualidad la diera la familia, pero no siempre se dan las condiciones para que esto ocurra. Muchos padres crecieron sin recibirla de las generaciones anteriores, por considerarse un tema tabú. Y aunque en apariencia eso ha terminado, aún algunos sienten un pudor que les impide éstas conversaciones con sus hijos. No todos por supuesto. Depende en parte de los niveles socioeconómicos y culturales en que se desenvuelven. Como también depende de éstos, el acogimiento o la paliza que recibe una adolescente que le cuenta a sus progenitores que ha mantenido relaciones sexuales prematuras. De ahí su temor a confesar lo sucedido y la necesidad de que puedan comprar un anticonceptivo de emergencia por sí mismos, ya que existe la incapacidad de algunos adultos de comprender lo que le sucedió a su hija. Porque al hijo no le dirían nada y hasta lo felicitarían por “hacerse hombre”.

Frente a situaciones tan naturales como la relación sexual, se han tejido socialmente una serie de conceptos que parece increíble que aún existan. He oído a jóvenes decirle a otros que no piensen “cochinadas” refiriéndose al sexo, lo que poco tiene que ver con una de las más lindas expresiones de lo humano. ¿Cuánto queda aún en el inconsciente colectivo de esa antigua concepción sucia sobre la relación íntima de una pareja, creada tal vez por mentes que no conocen de qué hablan? ¿Qué grado de machismo subsiste aún en los padres como para que sus hijas teman confesarles su relación con un hombre?

La discusión inspirada en el habitual doble estándar de los chilenos debería reorientarse. Fomentar la educación sexual, una educación acorde a los valores que cada uno tiene, oportuna y completa. Junto a esto debería centrarse la conversación en el respeto del cuerpo y de la voluntad del otro. También, cultivar la fuerza de voluntad para decir no, si alguien lo considera necesario. Para ser responsable de lo que se hace. Para que ambos integrantes de la pareja asuman sus actos. Porque normalmente sólo la mujer debe afrontar las consecuencias del embarazo y la censura social.

Ya es tiempo de dejar de hablar de la píldora del día después y centrarse en la educación. La sexualidad y las relaciones humanas son temas hasta ahora secundarios en la educación formal y también en el hogar, como la mayoría de los que preparan para la vida. Sólo importa a la sociedad chilena, tener buen puntaje para ingresar a la Universidad y, ahora que está de moda, estudiar un magíster o doctorado, inglés y, si es posible, chino. Todo lo que puede aparentemente llevar al éxito económico. Y ese es el error.

Las buenas relaciones familiares fundadas en la comprensión, el respeto y el cariño, son también fundamentales. Nadie es feliz sólo con dinero. Requiere, además, un éxito en las relaciones humanas. Esto permite, aún en la pobreza, que los padres se comuniquen bien con los hijos, se enteren de lo que les sucede sin que los hijos les teman y los aconsejen, incluso en la decisión de compra o retiro de un anticonceptivo de emergencia.

El problema no es que la píldora del día después esté a disposición de quien quiera usarla, pagando o no, lo que parece justo. El tema es que la sociedad chilena actual promueve a través de los medios masivos de comunicación las relaciones sexuales hasta para vender pasta de dientes, sin proporcionar una educación formal o familiar. Y después se horroriza, con su tradicional doble estándar, de lo que sembró atribuyendo la culpa al gobierno de turno.