9.30.2006

TUGAR, TUGAR SALIR A JUGAR

En una sociedad en la que todos deben demostrar seriedad como signo de adultez, resulta difícil jugar. Hasta a los niños se les reprime este impulso y se les orienta hacia la quietud y el silencio, frente al computador. Y en algunos estratos económicos más bajos, éstos no tienen tiempo para divertirse porque deben asumir obligaciones domésticas o de trabajo cuando aún son muy chicos.

Según un estudio de la psicóloga Pilar Sordo, publicado en su libro “Viva la diferencia”, el problema es más grave en las mujeres que, para peor, desde pequeñas se toman en serio hasta sus juegos: a las muñecas les ponen nombre, son sus hijas y eso les crea muchos deberes.
El juego es una herramienta importante para la comunicación y en los niños, un facilitador de aprendizaje. Existen muchas teorías respecto a la necesidad de jugar. Algunos expertos dicen que sirve para gastar la energía sobrante. Otros aseguran que es una actividad permanente del ser humano y que hace la vida más saludable.
El adulto canaliza su deseo de jugar en actividades artísticas o en un buen sentido del humor. Son facetas que los transforman en personas más saludables y que los hacen sentirse mejor.
Antiguamente, jugar a las cartas era una forma habitual de entretención de los adultos. En la segunda mitad del siglo pasado, los té-canasta hacían furor y los matrimonios se entretenían de esta forma entre amigos, mientras hacían hora para ir a buscar a los hijos a las fiestas. Era una forma económica de pasarlo bien durante horas. También era una actividad habitual entre nietos y abuelos y entre padres e hijos.
Hoy sólo se juega al naipe en vacaciones de verano y son escasas las actividades que hacen reír y convivir en armonía. A lo más se hace algún deporte, aunque la mayoría de las veces se asiste de observador a las competencias. Esto contribuye a algunos de los males de esta época, entre ellos el estrés y la falta de comunicación.
Tal vez es el momento de promover el juego entre los adultos y también entre los jóvenes que así dedicarían, como antes, su tiempo a “carretes” más inocentes y menos dañinos que los actuales.