10.12.2005

El síndrome de Arturito

Las historias están de moda y eso tiene mucho que ver con la forma que se enseña a hacer periodismo en la actualidad. Ya no importa, como antes, lo que ocurre a la mayoría. Tampoco, tratar los temas trascendentes, que mejoran la vida de la sociedad. Lo que interesa es contar casos, a veces muy poco representativos, de personas que vivieron una situación determinada, lo más trágica posible.
Poco interesa, por ejemplo, que la delincuencia se mantenga, disminuya o aumente en cifras globales. Lo que se destaca es el caso, posiblemente aislado, de Perla que fue asaltada en su domicilio. Se relata cómo lloraba ese día, y ojalá se acerca el micrófono al máximo, para que se sienta su llanto desesperado. Al día siguiente, se cuenta otro caso dramático, entrevistando a Rosario o José. Y así de tanto sumar relatos, que pueden ser de una minoría, se construye una realidad distorsionada.
No es de extrañar entonces el tratamiento que ha recibido “Arturito”, ese magnífico descubridor de lo oculto. Cómo no pueden preguntarle lo que siente, queda fuera de la noticia lo más importante de su existencia, a juicio de los medios. Tal vez por eso, pocos de éstos nos dan a conocer el milagro tecnológico que permitió crear este ser capaz de descubrir tesoros gigantescos o pruebas importantes para casos policiales. No se cuenta sobre él cómo fue construido, quiénes están detrás de su genialidad o de sus destrezas ni la trascendencia para el país, del desarrollo de robots de este tipo. Lo único que se destaca en los diarios es su historia farandulera: lo puntual que provoca controversias. Les interesó, por ejemplo, dar a conocer que los colonos de Villa Baviera están molestos porque Arturito les quitó el protagonismo en el descubrimiento de las armas. También atrajo la intención de los medios, la batalla que se anuncia entre quienes luchan por quedarse con los bienes que se encuentren, fruto de su accionar, en la Isla de Juan Fernández, pero ¿quién informa realmente lo bueno del robot TX araña?
Lo mismo que sucede a Arturito, le pasa a muchos chilenos. No importa hoy la calidad de lo que hacen, el esfuerzo que desarrollan al servicio de los otros. Los valores que tengan. Sólo hacen noticia los rumores que puedan involucrarlos en algún tipo de escándalo. El juego es agrandar lo negativo aún en sus acciones más simples y también, las desgracias que les ocurren.

La forma actual de hacer periodismo, en su mayoría, dista mucho de la función social propia de esta disciplina. Salvo escasas excepciones, se distorsiona la realidad y se distrae de los problemas de fondo, desinformando. Hace creer a las personas que lo intrascendente es importante, que lo aún no comprobado es cierto. Concentramos la atención en lo mínimo, mientras lo importante pasa al último lugar.

Vivimos como sociedad el drama de Arturito: nadie se fija en lo positivo que hace, ni en lo trascendente que puede ser su existencia sino sólo en las rencillas que crear su accionar.

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